Por Marcelo Pasetti /// twitter: @marcelopasetti
No hay que ser muy inteligente para descifrar la estrategia de los nuevos genios del marketing de las empresas de entretenimientos dedicadas a dibujos animados o de los máximos popes de las fábricas de juguetes. Los tipos van a lo seguro, a la apuesta firme. O sea a nosotros, los consumidores, que con la excusa del hijo, el sobrino o el nieto, nos vamos de cabeza a las nuevas versiones de los Superman, Increíble Hulk, Capitán América, Batman, Heidi, la Mujer Maravilla y sigue la lista.
Ahí los tenés, por todas partes. Saliendo del arcón de los recuerdos, con renovados colores, para delirio de los más chicos que descubren a esos personajes fascinantes que acompañaron nuestra infancia.
O sea, ya no alcanza con que los jóvenes y adolescentes escuchen “nuestra música”, léase Charly, Soda, Fito, Queen, Genesis o Pink Floyd. No, ahora también los pibes se adueñan de nuestros recuerdos.
El revival del revival. ¡Paren muchachos, déjennos algo! Así, desaparecen de casa la revista de historietas, los discos de vinilo -de hecho volvieron a editarse y a venderse en todas partes-, las figuritas, los muñecos y otros juguetes de guardábamos como preciados tesoros.
Entonces, hijos, sobrinos, nietos y por qué no vecinos, llegan, entran, revuelven, se asombran ante nuestros arcaicos objetos y tesoros, y tras una serie de negociaciones -siempre favorables a ellos- se llevan de casa el He Man articulado, el libro de El Hombre Araña o las figuritas del Capitán América.
¿Y si inventan algo, estimados cráneos, CEO e innovadores que se gastaron miles de dólares de vuestros abnegados padres para realizar sus carreras universitarias? ¿Y si en vez de googlear “música y juguetes preferidos de los ’70 y los ’80” se ponen a debatir ideas y crean algo, que, en definitiva, para eso les pagan?
“No se maten”, imagino que dirá en la sala de reuniones el capo de marketing, que sabe que con la sencilla receta de mandarnos un tiro al centro de la nostalgia, logra que la billetera se abra generosamente. Porque aquella relación tuya, mía, con Superman, con Batman, no sabe de billetes. Son tan jodidos estos tipos, acuérdense, que en cualquier momento logran la fórmula para comercializar los olores de nuestra infancia.
Ya deben estar laburando para conseguir el especial aroma del paquete de figuritas sin abrir, de la revista Billiken dejada por el diariero, del Toddy con pan, manteca y azúcar frente a la tele en blanco y negro con “El Zorro”, del estofado de pollo de la abuela, del cuaderno nuevo, de los chicles yun-yun, del pasto tras la lluvia, del arroz con leche, del almacén del barrio, del kerosene de la estufa…
Van por lograr envasar el olor del eucalipto que ponía a hervir tu vieja cuando estabas engripado, de la bosta de caballo del “botellero”, de la leche cuando hervía, del mar, de la naftalina en el placard, de las garrapiñadas, de la bolsa de agua caliente, del fly, del espiral quemado, del Pinolux, del Espadol, del Aqua Velva, del Old Spice cuando se afeitaba tu viejo o del spray de la tía cuando llegaba de la peluquería.
En algún lugar del mundo lo deben estar “creando” para sacar próximamente a a la venta. Y otra vez me van a enganchar. Estoy seguro que a vos también.